jueves, 20 de enero de 2011

Hasta después

De nuevo, la sugerencia de María Jesús se convierte en la medida oportuna para recordar a alguien que desapareció hace varios días, ganando la batalla a la propia muerte, porque lo hizo tranquila, llegando a sentir cierta paz ya que el 30 de enero lo hallaba próximo, según ella misma. Desde las cuatro de la tarde estaba esperando esa extraña extinción de su vida, con solo cincuenta y dos años, madre de tres hijos, no te planteas que esto llegue a ocurrir. Arropada por las miradas y manos de su familia, entre las lágrimas de sus padres, hermanos, su esposo e hijos, dentro de lo que cabe, no sufrió y se podría considerar hasta una cierta muerte dulce.





Fue allí, en aquel rincón de su casa de campo, así es como ella llamaba a su habitación. Donde sus hijos crecieron, de pequeños corrían, descansaban en las tardes de verano o acudían a que su madre les leyera un cuento. Su casa, rodeada de plantas que ella sembró con su sombrero de paja color beige, petunias, buganvilla, geranios, rosas se encontraban cubiertas por plásticos blancos. En diciembre conservó la fuerza suficiente como para proteger sus plantas del frío. También dió instrucciones de qué hacer con ellas.




Y a él, lo conoció en un concierto. Alguna vez me contó su historia de amor tomando un café. Les gustaba Tequila y aquel verano, entre las muchas ciudades que visitó el grupo, se encontraba ésta en la que siempre residieron. Se casaron muy jóvenes, lo normal en aquellos años. Obtuvo su plaza, su primer hijo llegó sin avisar e inmediatamente la destinaron en su ciudad.





QUÉ angustia, en la cumbre
de la desolación.
Y qué desolación,
tan lejos de la cumbre.

José Corredor-Matheos

martes, 18 de enero de 2011

Ilusión óptica



Todo fue una ilusión óptica. Las repetidas imágenes que creyó ver, junto con cierta actitud provocativa se arremolinaron en un circuito opaco que le indujeron a considerar que era auténtico y concreto. Cuando le conoció, su percepción visual sintió cierta predisposición a interpretar y discriminar aquellos estímulos visuales conectados con sus escasos conocimientos previos y el letargado estado emocional de entonces. Por tanto, su cerebro se dedicó a transformar la información que captaron sus ojos en una recreación de la realidad externa, siendo tan personal, que adquirió una tonalidad emocional única. Y en aquel tiempo, entre tanta distracción, supuso que le sacó la lengua a la menor provocación. No podía ser, pero lo acababa de ver. La observó generosa, silenciosa y profunda, como la urna donde se guardan las reliquias. La deseó tanto que hasta hubo momentos en los que se sintió subyugada a esa caverna recóndita donde quedaba oculta, destapada en ciertos instantes por su risa hechicera. No pudiendo liberarse de su propia falsedad. Y luego llegó su voz, sus palabras y lo que decía claramente en los pasillos, en el parque, en la calle. Era el embajador que se esforzaba para progresar en las relaciones entre ambos cuerpos. Aunque ya aquel sentimiento ocasionado por la falta cometida se perdió en el tiempo.




¿Quién no tiene un cachorro de mentira?
¿Quién no le da su fiesta acostumbrada,
lo impone en campo imaginario?
¿Quién no draga o airea
su mínima mentira, sea gris o grandiosa,
y la lleva
donde los pájaros, las mariposas vuelan,
verdaderos, cada uno a lo suyo?

Ida Vitale

sábado, 15 de enero de 2011

Variante





La necesidad le hizo adaptarse a los nuevos tiempos. Adquirir la habilidad de limpiar cristales de edificios con varias plantas de altura, se convirtió en parte de su rutina diaria. Inició la actividad con pértigas de distintas medidas, pero según se daba a conocer en este oficio, le llegaban diferentes propuestas de limpieza en inmuebles de muchos vecinos, bloques de apartamentos de distintas elevaciones. Y con ello, manejarse en el andamio móvil no le resultaba nada grato. Trabajaba siempre solo porque allá arriba resultaba algo torpe, desmañado y enérgico. Una mañana su pie derecho se enredó en la cuerda, tropezó y cayó por la borda. Aulló como un descosido mientras descendía velozmente, viendo aproximarse la acera como punto de impacto, pero milagrosamente quedó estabilizado cabeza abajo en el segudo piso. La cuerda era la encargada de mantenerlo en vilo. Intentó llamar por su teléfono pero el bolsillo era muy profundo e inaccesible. Quiso alargar el brazo para cogerlo, sin embargo la postura en que había quedado su cuerpo se lo imposibilitaba. Estaba tan exaltado y angustiado que no se percató de la ventana frente al que estaba colocado. Miró a través la cristalera y allí estaba ella. Entendió que siempre hay que desplazarse e incluso perder el equilibrio, en la mayoría de los casos sin poder optar a escoger dónde parar. Pero hay ciertos modos de frenar y detenerse, determinados torbellinos que se sienten en el cuerpo, que consiguen algún desvío mientras se cae. Es tan sólo el cabo de un dato, el borde sin examinar de una idea.



Quien me tiene de un hilo no es fuerte; lo fuerte es el hilo.

Antonio Porchia

martes, 11 de enero de 2011

Vocablos




Carecía de antecedentes penales, por tanto, no le resultó complicado conseguir la licencia de taxi. Así se inició en esa nueva faena. Con solo dos o tres mañanas de aprendizaje, lo necesario para adquirir el funcionamiento del taxímetro, los suplementos, las tarifas y poco más, comenzó su andadura por las calles. Y aquella tarde, cuando el pasajero número doce de la lista total de clientes entró en su coche, percibió un olor a tierra mojada, invitando a descalzarse recorriendo toda la arboleda enredándose en las raíces. El usuario pidió que le llevara a una determinada avenida con un número concreto.

Mientras pasaban y se detenían en algunos semáforos y esperaban en otros pasos de peatones, observó sus ojos a través del espejo retrovisor. Después de mucho pensarlo, se atrevió a dirigirle algunas palabras. Un ligero picor aportó una inusual agitación en su lengua, dando una extraordinaria fluidez a su conversación. Se descubrió términos que ella no utilizaba habitualmente, otras palabras charlaban por ella, como si no se reconociera en aquel parloteo. ¿Qué probabilidad tenía él de acabar en aquel taxi? Las mismas que ella de emplear un lenguaje desacostumbrado. Se dedicaron idénticas sonrisas, ninguno se cansó del gesto del otro.

Nadie se había cansado nunca de sonrisas así, de esas sonrisas de reconocimiento que a la vez fingen no reconocer al otro, para seguir el juego, para mantener vivo el interés de la historia a medida que transcurren los acontecimientos. "Como una canción en la radio. La canción perfecta para la ocasión, golpeando en nuestros oídos entre la barahúnda de canciones que suenan por ahí. Podría llegar el fin del mundo y nosotros seguir esperándola, una simple canción en la radio, pero luego un día, de pronto, damos a una tecla y ahí la tenemos sonando, y todo el tráfico del mundo deja de tener importancia".




Cuánto rumor innecesario para una vida tan pequeña, dicen como quien deja demasiados rastros tras de sí. No es bueno, sin embargo, atender a las voces de quienes exaltan el color del cielo queriendo confundir su terror con el mío.
Las últimas palabras que no pronuncié fueron tu nombre, aunque me refería a un alba luminosa. Mírame, no temas: no diré nunca nada de tu vida.

Jenaro Talens

domingo, 9 de enero de 2011

Empeño



Mujer con sombrero y guantes azules. Araceli Otamendi



Paseando entre libros, zapatos y jerseys a dos euros, así como chaquetas y trajes a cuatro euros del mercadillo solidario, tomó el vestido que más le gustaba y fue entonces cuando sintió que él la miraba. Mientras pagaba apenas la espiaba de reojo, como un adolescente que mira sujetadores en un tendedero. O solo serían sensaciones confusas que ella creía percibir.

Sentada en un banco, moviendo de un lado a otro las piernas mientras esperaba a su hermano en la puerta de la farmacia, volvió a notar a aquella persona. Comprendió que la imaginación empezaba con el hecho de reconocer sin tocarlo con las manos. Él llevaba un periódico debajo del brazo. Al menos está al tanto de las últimas noticias o era solo una pose, un modo estudiado de expresarse. Y de repente, comenzó a llover, no llevaba gorro, su pelo moreno se oscureció aún más al igual que la presencia de aquella imagen extraña.

Esperó debajo de la marquesina de la parada del autobús a que escampara. Y de nuevo sospechó de él. Oiga, usted lo desconoce y sin embargo, desde hace días su contorno planea mi apartamento, abriendo mis ventanas en pleno mes de enero para asomarme a la calle y ojear su descalabro repetidamente. Sus sonidos y representaciones van cortando partes de un simulacro. Nunca se lo haría saber.


"Veladamente,
descorriendo pestillos,
ha llegado hasta mi cuarto
una pantera translúcida con la piel de diamante
que me morderá la nuca cuando menos lo espere".

jueves, 6 de enero de 2011

Algo de música




Suelo descuidar las peticiones desde otros blogs, pero esta vez la propuesta de Mª Jesús desde Paradela de coles me parecio divertida. Nos invitó a crear una entrada donde la música fuese la protagonista de algún hecho importante en nuestra vida. No solo para crear lazos de unión y compartir emociones, si no para recordar algo significativo y descubrir como somos.

Después de estar un día entero buscando por la red música variada: pop español y extranjero de mediados de los 80 en adelante y de los 90, funky de los 90, reggae e incluso bandas sonoras de algunas películas que me gustaron particularmente. Vuelvo a un disco que me acompañó durante muchas horas de la jornada, en una larga temporada de viajes diarios.



Tengo un recuerdo muy especial de esta canción. Escuchando durante muchos meses a Tontxu allá por el 2002, conocí algo de la tierra donde vivo, de sus montes, sierras, rios y aguas que encontraba a mi paso. Comprobé la fuerza del viento, cuando zarandeaba mi coche y me sentía tremendamente frágil. Descubrí picos de montañas nevadas (por entonces algo extraño para mí). Aprendí a disfrutar de la carretara, aunque suene a anuncio de automóvil. A mi paso hallé ciervos, zorros, cigüeñas, águilas volando a ras de la carretera para recoger los cadáveres de otros animales que atropellaban los coches. Y la imagen exclusiva que desordena todo este paisaje bucólico en mi mente, es la figura de una central nuclear detrás de aquellos bosques de encinas. El único contrapunto que recuerdo de aquel entorno natural.

¿Quien no recuerdo esto?


martes, 4 de enero de 2011

Mujer corriendo



Luis Vera Prendes


Las palabras de Kafka le llamó la atención: algunos han logrado sobrevivir el canto de las sirenas pero nadie ha sobrevivido a su silencio. Entonces como buena planta agradecida, fácil de cuidar produciría muchas flores destinadas a los ídolos que nos guían. Pues a pesar de haber dejado el abrigo en el perchero se deslizaba por el hielo de lo indecible, incapaz de separar el objeto. Había agotado todas las opciones, solo quedaba una, salir de aquel decaimiento. Cliqueó el aspa roja de cerrar, guardando los cambios, miró con ojos de fuego y no dejó músculo del cuerpo sin funcionar, se calzó las zapatillas de correr y salió de casa.

Mientras corría se opuso a sus sentimientos: si tomo un café con A y soporto de algún modo a B, si ahora mismo me visitara en mi habitación; y si se tratara de C, me tragaría todo lo que dijera, a pesar del hartazgo y el desconsuelo. Pero aún actuando así, algo podría fallar y tendría que empezar de nuevo. De modo que lo mejor que podía hacer era mantener la calma y cierto aplomo, no daría un paso innecesario por mucho que me sintiera distante.

PD: El conocimiento de haber sido camelados fuera de tiempo llega después, cuando la extinción se torna un latido reiterativo y acompaña los trotes.


* Paradojas de Franz Kafka

domingo, 2 de enero de 2011

Adorno



Claudia Faci


En aquel parque, ya sin colillas, encontró rota una de las dos cuerdas que sujetaban la base del columpio. Intentó anudar la fina soga para sentarse y conseguir balancearse mientras esperaba una vez más, la cita que nunca alcalzaría. El nudo de ocho, que su padre le había enseñado, aguantó lo suficiente mientras comía cerezas en el asiento y sus pies le balanceaban. Tal vez su contacto consiguiera allanar el paso que los tallos de cerezas obstaculizaban, pero allí donde la desantendió no reemprendería su encuentro.

Ahora bien, andar por un radio de diez kilómetros, sin perder de vista las mismas huellas que halló hace años, como buen animal de costumbre, reincidiendo en determinados trayectos, limitandose a ir y venir, le proporcionaba cierta tranquilidad resistiendose a cambiar. Y no solo sus movimientos eran repetitivos, si no también su manera de pensar. Permitir que su pereza mental dominara su comportamiento, apareciendo una serie de trucos que le permetían decidir rápidamente y disminuir una reflexión profunda, coincidiendo con la incapacidad de reconocer los propios errores, le hacían no levantarse del columpio. Solo tenía que aprender a dejarse vencer poco a poco, entrenando los gestos más cariñosos o soberbios o ásperos, consiguiendo el perfecto atavío.