sábado, 30 de octubre de 2010

El reencuentro



Reencuentro, miradaalarte.com


Se conocieron cuando comenzaron a estudiar en la universidad. Poco a poco, entablaron una buena amistad, entre clase y clase se buscaban y permanecían juntos, estudiaban en el piso que él usaba en común con otros compañeros, paseaban por aquella ciudad desconocida para ambos, compartían cigarrillos y así lentamente, su presencia extendío una transparente neblina sobre ella logrando un preciso encantamiento o tormento. Hubo alguna ocasión en la que asistieron y compartieron ciertos espectáculos que nunca olvidarían, como aquella primera película totalmente creativa e innovadora de cine independiente o la primera exposición de pintura que contemplaron y les sorprendió.

Terminaron sus estudios y cada uno regresó a su pueblo, donde se dedicaron a buscar trabajo y a continuar con su vida. De este modo tan sencillo, cada uno se extinguió como una cuerda tensa que se rompe, con un chasquido seco y terminante. Siempre pensaron que Todavía les quedaría una oportunidad, que esos todavías eran posibles con el derribo de aquel muro que les distanciaba, albergando ciertas esperanzas al respecto.

Con el paso del tiempo cada uno encontró una pareja, rehicieron sus vidas en ciudades alejadas, sin ningún tipo de contacto entre sí, constituyendo sus propias familias. Veinticinco años después los compañeros de universidad se volvieron a encontrar con mucha curiosidad y alegría para celebrar aquel singular aniversario.

Y entonces al regresar al punto de partida, con veinticinco años de diferencia, algunos órganos descolgados, junto con barriga, arrugas, calva incipiente y sobre todo, muchas canas, se produjo el acercamiento. A pesar de todo, él no percibió apenas diferencia y ella lo encontró tan atractivo como entonces.

No se reunían desde aquella época, aquellos años de juventud, contemplandose y revisandose con atención. Hallarse fue un encanto, una necesidad para los dos, una deuda pendiente. Y eso es lo que hicieron a partir de aquel momento, disfrutarse con la intimidad absoluta, bebiendo y sorbiendo de sus voces, de sus cuerpos, de sus besos.

Ana Rosseti prestó y transfirió sus versos: Si con Noviembre un penetrante nardo ahogara los temblores de mis sábanas. Si lágrimas de lluvia diluyeran sucesos anteriores, y de mis ojos cayeran como hojas de otoño, desnudándolos. Si el tiempo desandase hasta cuando era inocente todavía y quieto y transparente. Y si, además, pudiera apresurarse, desplegar el velo que mi mirada contuviera, antes de que la suya alcanzara. Antes de que sus ojos sorprendieran en los míos el hechizo de Lucifer.

lunes, 25 de octubre de 2010

Cartas




Y con los años se amoldó a una pauta muy determinada: soñar y complacerse con la idea de que él retornoba detrás de ella, no le perdía la pista, intentaba a través de distintos reclamos mantener su dedicación y a ella, le gustaba jugar.

Mientras ella giraba a su alrededor, sentía su aliento cálido en ciertos momentos o insensible y hasta en determinadas ocasiones seco, en otros. Ella se detenía y lo contemplaba, a pesar de que conocía su única intención: quemarla y abrasarla, punzando su corazón para conseguir purgar los rechazos que él experimentó.

Él recogía todo lo que ella debaja caer, puesto que aquellos ideales y emociones, ahora perdidos, la vida se ocupó de poner cada cosa en su sitio. Pero ella seguía reyelendo sus cartas y se negaba a creer que el hombre que escribía aquellas palabras no sentía lo que decía.

“Me gustaría subir las escaleras desnudándome como sale en la tele” se decía a sí misma y reía. Esperaba por ver amanecer y así poder mirarle para después no verle nunca más. Eso fue lo pactado.

"En tres o cuatro ocasiones le brindó la oportunidad de hacer, alegre y elegantemente, una transición que a ella le pareció inevitable y él decidió no aceptarla. Lo único que deseaba era tomar de su vida lo más interno y externo que una mujer − una mujer como ella− pudiera dar, durante una hora, de vez en cuando y cuando a él le apetecía; y cuando la hora se acababa, se olvidaba de ella, borrandola de su mente y de su vida, tal como un hombre abandona a un acompañante que le ha proporcionado una distracción pasajera".

Carta de Edith Newbold Jones (Nueva York, 1862 – Francia, 1937) escritora y diseñadora estadounidense. Se casó con Edgard Robbins Wharton, doce años mayor que ella. Durante algunos años, al final de su tumultuoso e infeliz matrimonio, mantuvo un idilio con William Morton Fullerton, periodista que trabajaba en el diario The Times. Fullerton era bisexual, y alternaba su relación con Edith con un romance con el rajá de Sarawak. Ella misma, también bisexual, tuvo un largo idilio con la cantante de ópera Camilla Chabbert. Su obra más conocida es "La edad de la inocencia", que ganó el premio Pulitzer en 1921.

jueves, 21 de octubre de 2010

Clases de baile




Siempre tuvo mucho interés por sentirse dichosa y satisfecha con su vida. Comenzó varias carreras, intentaba entender el punto de vista de los demás, llegó a comprarse un balón para aprender algo sobre fútbol y contenerse y soportar los dos tiempos del partido, junto con las prórrogas de este deporte tan maravilloso y extendido entre tantas personas de su entorno. Pero le quedaba algo por aprender: danzar al ritmo de los chispeantes bailes de salón, tal como muchas de sus amistades autistas que trataba.

Su primera clase le impresionó, causando cierto desconcierto e inseguridad. Al colgar su cazadora repleta de ánimo, adentrandose en la sala con el vacío por la falta de control y confianza, ya que estaba convencida que sabría manejarse con cierta soltura y habilidad, se encontró totalmente desorientada, una torpeza desmedida en sus pies incapaces de continuar las instrucciones y pasos del profesor.

Las clases se sucedían y la ilusión junto con el entusiasmo comenzarón a desvanecerse. Los compañeros rehusaban bailar con ella, no hacía más que pisarlos, hasta ese momento no sospechó acerca de la cojera de sus pies. Deseaba encontrar una pareja de baile que le guiase. Ensayaba en casa, con su madre y casi toda su familia. Descansaba el día anterior para que en la sesión de baile estuviera radiante y descansada, con la diadema rosa en el pelo y su pañuelo de colores de vida al sol.

Y así, aquel romanticismo de televisión, con efecto de realidad integral y sexo de caridad y vida social aparente, se reveló como el triunfo de la confusión. "Óyeme tú, que ahora pasas al lado mío y un momento, sin darte cuenta, miras a lo alto y a tu corazón baja el baile eterno. Óyeme tú, que sabes que se acaba la fiesta y no la puedes guardar en casa como un limpio apero, y se te va, y ya nunca… tú, que pisas la tierra y aprietas tu pareja, y bailas, bailas". Claudio Rodríguez.

lunes, 18 de octubre de 2010

Galantes engaños



Guy Pene Du Bois


Sucede en pocas ocasiones pero su encuentro fue un affaire casual: les presentó una conocida, amiga de otra amiga, entre aquí y allí, ella era del Sur y él del Norte. En un principio ningún sentido se activó pero una sonrisa envuelta en profundos ojos negros llegaron muy próxima a la perfección, consiguiendo que ella entrara en una especie de cuarta dimensión, antes desconocida.

Al principio no le gustaba, imposible pertenecía a otra época, a otro mundo. Era el espejo donde se miraba, podía encontrar en él todos sus defectos: desconocimientos, inseguridades, descuidos, torpezas... disponía de todos los ingredientes necesarios para buscar otro cristal en el que reflejarse.

Y mientras representaban el mejor papel de sus vidas, actuando en un gran salón despacio y con la lentitud suficiente se encontraron y notaron como las veladas comenzaron a tornarse irresistibles, insospechadas y admirables.

¡Alto! -pensó-. Que nunca estuvo allí, que no estaría, ni siquiera llegó alojarse en la capa más superficial del córtex cerebral. Todo fue inventado, ni siquiera él existió o nosotros. No existió ni vivió nada de aquello, nunca.

José María Eguren lo describía con esta suavidad: Mis ojos han visto el cuarto cerrado; cual inmóviles labios su puerta está silenciado! Su oblonga ventana, como un ojo abierto, vidrioso me mira. Como un ojo triste, con mirada que nunca retira, como un ojo muerto.

viernes, 15 de octubre de 2010

Despreocupación



Ramón Casas


Era el primer encuentro después de las vacaciones. Los amigos, con sus respectivas parejas, solían reunirse un fin de semana de cada mes para no perder el contacto, pero esta vez Sonia llegó sola. Estaba desesperada porque había sido abandonada por su novio, por su amor. Y de hecho había intentado suicidarse, hacía pocas semanas había considerado muy seriamente llevar a cabo una tentativa de suicidio y en principio, estaban todos muy preocupados, intentando tratarla con delicadeza y entre algodones. Todos decían: "Hay que tener mucho cuidado con Sonia". "... porque ¿y si lo vuelve a intentar?".

Pero Pablo se distinguía de los demás. En un momento dado decidió aplicarle una terapia de choque: "Nada, nada, hay que dejarse de tonterías, nada de tratarla con algodones, hay que aplicarle una terapia de choque." Y entonces se dedicaba, por ejemplo, a burlarse, una burla por supuesto con la mejor intención. Llegada la hora de comer o de cenar, durante ese fin de semana, anunciaba: "Bueno, ya está la comida", y dirigiéndose a Sonia: "Tú no comerás, verdad, tú por supuesto, en tu estado de postración y de tristeza... No se te ocurrirá comer, espero". Normalmente, la reacción de ella era "Bueno... pues sí, yo creo que sí voy a comer", decía ella.

En el rato de la siesta, Pablo, que estaba paseando por el campo, la despertaba tocándole por fuera en la ventana, donde ella dormía, y le decía: "Sonia, soy Ángel (el nombre del novio que la había abandonado). Sonia, soy Ángel que vuelvo, vuelvo a ti, ábreme". Y la despertaba de este modo.

Lo hacía con tanta gracia que su amiga acababa echándose a reír a carcajadas. Y de hecho a partir de aquel fin de semana empezó a recuperarse, puesto que lograr ver la ridiculez del asunto, el conseguir contemplar una ironía ajena hecha con mucha gracia, la ayudó bastante a distanciarse del problema, que solo ella y su cabeza asumían.

Así lo tatareaba Ana Emilia Lahitte: Tenía un grillo entre las sienes y sabía decir mariposa. Lo demás lo ignoraba. Un día descubrió que Dios no era una alondra. Otro día les dijo a las simientes que sería más lindo brotar alas. Al fin
se convenció de que en el mundo hay demasiadas cosas sabias. Y se fue despacito, caminando, caminando hasta el alba.

(La anécdota es de Juan Benet)

martes, 12 de octubre de 2010

Mirando



Imagen de Bullanga


En estos primeros días de octubre atrás quedaban las vacaciones de verano, solo algunos recuerdos y conversaciones con sus amigos rompían la rutina diaria del otoño. Durante los últimos años, el mes de agosto lo entregaba al reencuentro con el viejo hogar, con el paisaje, con la familia, con los otros que tuvieron que emprender la diáspora.

Y mientras paseaba por los arrabales, fuera del recinto donde se movía habitualmente, observando colinas, algún riachuelo pensó en Las Cabañuelas. Los vecinos de su pueblo de origen eran muy aficionados a divulgar los factores que intervienían en la predicción de la meteorología, debiendo aprender a leer con tiempo y una buena dosis de paciencia. Fijándose en indicadores como la formas de las nubes, la dirección del viento, las características del sol, la luna, las estrellas, la niebla, el rocío de la mañana, el arco iris o el granizo...

Y así poniendo en relación tiempo, personas y cosas se alzaron las palabras de una canción de octubre que interpretaban como una serenata sus primos y ella, cuando eran pequeños: "Sal de casa, hermana, tiende la cama, barre el patio, pero sal pronto. Deja la parcela, hermano, aporca las judías, pero sal pronto. Despierta, abuela, canta tu canción al niño, pero sal pronto. Cásate pronto, novia, entra en la iglesia y besa, pero sal pronto. Deja la cama, amante, lava la mancha del colchón, pero sal pronto. Sal del mar, pescador, recoge las redes y los frutos, pero sal pronto. Deja la mina, muchacha, mira el fulgor de las piedras, pero sal pronto. Cierra la boca, maestro, repite la historia del vil renacuajo, pero sal pronto.Deja de cantar, enamorada, clausura el sueño de tu corazón, pero sal pronto. La calle espera. La vida, hermano, hermana, la vida nos espera".

viernes, 8 de octubre de 2010

Día de la Convivencia bloguera. 8 de octubre.




Un ratón salió a navegar en su barco pero no había viento.

El barco no se movía.


“¡Viento!”,- gritó el ratón.
“¡Ven y sopla para que mi barco cruce este lago!”


“Aquí estoy” ,- dijo el viento del oeste.


El viento del oeste sopló y sopló.

El ratón y el barco volaron por los aires…
... y fueron a parar al tejado de una casa .

“¡Viento!”,- gritó el ratón.

“¡Ven, sopla y baja mi barco de esta casa!”

“Aquí estoy”,- dijo el viento del este.


Y el viento del este sopló y sopló.

El ratón y el barco y la casa volaron por los aires…


y fueron a parar a lo alto de un árbol.


“¡Viento!”,- gritó el ratón.

“¡Ven, sopla y baja mi barco de esta casa y de este árbol!”


“Aquí estoy” ,- dijo el viento del sur.

El viento del sur sopló y sopló.

El ratón y el barco y la casa y el árbol volaron por los aires…


y fueron a parar a lo alto de una montaña.


“¡Viento!” ,- gritó el ratón.

“¡Ven, sopla y baja mi barco de esta casa y de este árbol, y de esta montaña!”

“Aquí estoy” dijo el viento del norte.


El viento del norte sopló y sopló.

El ratón y el barco y la casa y el árbol y la montaña volaron por los aires…

y fueron a parar al lago.


La montaña se hundió y se convirtió en una isla.


El árbol fue a parar a la isla y le brotaron muchas flores.


La casa fue a parar junto al árbol.

Una señora se asomó a una ventana de la casa y dijo: “¡Qué sitio tan bonito para vivir!”


Y el ratón se alejó en su barco.



Historias de ratones. Arnold Lobel. Ed. Kalandraka. 2000.


Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos.

Martin Luther King

miércoles, 6 de octubre de 2010

Costumbre



la costumbre de ver todo plano de Carlos Mir


Y al abrir la puerta del piso, sintió ese bálsamo aromático y de consuelo que necesitaba los últimos seis días. Colgó su bolso en el perchero, colocó las llaves en la argolla correspondiente y se dirigió directamente al sillón situado frente a la ventana. Después de pasar una semana en el hospital, necesitaba disfrutar de los pequeños detalles que pasaban inadvertidos en su vida: sorber poco a poco un café recién hecho, deletrear e interpretar un poema cualquiera, escuchar su programa de radio favorito, calzarse las zapatillas de deporte sin anudar... no permanecía y continuaba en su casa porque le gustara especialmente, no es que resistiera y cediera en el amor para ser amada, solo necesitaba presagiar la obligatoriedad, las patas de sus muebles, las manillas de las ventanas para apreciar su vida y la fuerza necesaria de cara a los días que estaban por llegar, y "no morimos para morir, tenemos sed y paciencias de animal" (Juan Gelman).

domingo, 3 de octubre de 2010

Extraño huésped



Edvard Munch / Separación


Rayaba el día con tonos azafranados cuando ambos permanecían despiertos pero simulaban continuar dormidos. Tanto él como ella en los últimos meses habían perdido las ganas de dormir, desatendían el momento de echarse en la cama para no coincidir y encontrarse en ese instante tan íntimo e incondicional. Se anticipaban al despertador para que el otro no percibiera el momento de la separación.

Desde su esquina correspondiente en el lugar prefijado de la cama, cada uno con sus ideas definidas y fijadas con claridad, pensaba en el otro. Él: "no te importo una mierda. Sólo estás conmigo porque eres demasiado insegura como para vivir sola, y en lugar de estar contenta por tener a alguien que te adora, coges esos estúpidos enfados y no puedo hacer nada para hacerte feliz. Estoy cansado. Infinitamente. Me pregunto si eres capaz de querer. Quizá no te quieres ni a ti misma. Tengo que fingir que no me importas para que me digas que estás a gusto conmigo, y ya estoy aburrido de fingir y de jugar al escondite, y de no saber si quererte u odiarte".

Ella: "Eres idiota. ¿Por qué no te vas? ¿No ves que juntos sólo nos hacemos daño? Yo tengo miedo de convertirme en una bruja solitaria y paranoica, pero ¿cuál es tu excusa? Te estás volviendo malo. Te estás volviendo como yo y eso hace que te odie más todavía. ¿Por qué no eres tú mismo? ¿Por qué no dejas de pedir mi opinión para todo? Lo peor es no sé si te quiero, no sé si sólo estoy contigo porque me he hecho adicta a tus declaraciones de amor. No quiero ser una cursi. No quiero ser como las demás, ponerme fea, gorda y chillarte porque llegas tarde. No quiero ser tu madre también. Ni mi madre. Quiero que seamos iguales. Quiero poder quererte porque sí, no porque tenga miedo de estar sola, no porque me compres cosas".

Y como epílogo, recordó a Claribel Alegría: Es extraño este huésped, este amor, cuanto más me despoja más me colma. En un santiamén, él se volteó hacia ella y mantuvo los ojos cerrados a lo que ella respondió, uniendo con fuerza sus párpados y revelando una fina sonrisa en sus labios, mientras se aferra a su pecho.